sábado, 23 de marzo de 2013

Nuetros méritos son las misericordias abundantes de Dios.

Nuestro refugio son las llagas de Cristo, por ellas vemos el corazón de Dios que nos ama. adjunto seguidamente unas palabras de San Bernardo
¿Dónde podrá hallar nuestra debilidad un descanso se-
guro y tranquilo, sino en las llagas del Salvador? En ellas
habito con seguridad, sabiendo que él puede salvarme.
Grita el mundo, me oprime el cuerpo, el diablo me pone
asechanzas, pero yo no caigo, porque estoy cimentado
sobre piedra firme. Si cometo un gran pecado, me remor-
derá mi conciencia, pero no perderé la paz, porque me
acordaré de las llagas del Señor. El, en efecto, fue tras-
pasado por nuestras rebeliones. ¿Qué hay tan mortífero
que no haya sido destruido por la muerte de Cristo? Por
esto, si me acuerdo que tengo a mano un remedio tan
poderoso y eficaz, ya no me atemoriza ninguna dolencia.
Por esto, no tenía razón aquel que dijo: Mi culpa es de-
masiado grande para soportarla. Es que él no podía atri-
buirse ni llamar suyos los méritos de Cristo, porque no
era miembro del cuerpo cuya cabeza es el Señor.
Pero yo tomo de las entrañas del Señor lo que me falla,
pues sus entrañas rebosan misericordia. Agujerearon sus
manos y pies y atravesaron su costado con una lanza; y,
a través de estas hendiduras, puedo libar miel silvestre y
aceite de rocas de pedernal, es decir, puedo gustar y ver
qué bueno es el Señor.
Sus designios eran designios de paz, y yo lo ignoraba.
Porque, ¿quién conoció la mente del Señor?, ¿quién fue
su consejero? Pero el clavo penetrante se ha convertido
para mí en una llave que me ha abierto el conocimiento
de la voluntad del Señor. ¿Por qué no he de mirar a través
de esta hendidura? Tanto el clavo como la llaga procla-
man que en verdad Dios está en Cristo reconciliando al
mundo consigo. Un hierro atravesó su alma, hasta cerca
del corazón, de modo que ya no es incapaz de compade-
cerse de mis debilidades.
Las heridas que su cuerpo recibió nos dejan ver los se-
cretos de su corazón; nos dejan ver el gran misterio de
piedad, nos dejan ver la entrañable misericordia de nues-
tro Dios. ¿Qué dificultad hay en admitir que tus llagas nos
dejan ver tus entrañas? No podría hallarse otro medio
más claro que estas tus llagas para comprender que tú,
Señor, eres bueno y clemente, y rico en misericordia. Na-
die tiene una misericordia más grande que el que da su
vida por los sentenciados a muerte y a la condenación.
Luego mi único mérito es la misericordia del Señor. No
seré pobre en méritos, mientras él no lo sea en miseri-
cordia. Y, porque la misericordia del Señor es mucha, mu-
chos son también mis méritos. Y, aunque tengo concien-
cia de mis muchos pecados, si creció el pecado, más des-
bordante fue la gracia. Y, si la misericordia del Señor
dura siempre, yo también cantaré eternamente las mise-
ricordias del Señor. ¿Cantaré acaso mi propia justicia?
Señor, narraré tu justicia, tuya entera. Sin embargo, ella
es también mía, pues tú has sido constituido mi justicia
de parte de Dios.
 
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Añade un comentario